Análisis de conciencia

                   
                               Análisis de conciencia
Mi vecina es puta. No es prostituta, ni chica de compañía, ni tonterías por el estilo: puta; y cualquier término que use para suavizar su situación solo servirá para proteger mi propia conciencia miserable. Mi vecina es puta y ayer la vi desde mi cocina, un piso más abajo de la suya, sentada en el alfeizar de la ventana dispuesta a saltar, harta de ser tratada como un trozo de carne por el resto de la gente. Porque eso es lo que es para todos nosotros: un trozo de carne sin sentimientos ni derechos que una piara de bestias alquila por un precio ridículo para liberar sus instintos más bajos en cualquiera de los tres agujeros que están disponibles en su cuerpo.
Era noche cerrada, pasaban más de las dos de la madrugada y éramos los únicos que estábamos despiertos en todo el edificio. Al ver luz en el patio interior, quise saber quién de mis vecinos no conseguía pegar ojo al igual que yo y asomé la cabeza por la ventana. Cuando alcé la vista, me la encontré allí, sentada, con las piernas colgando y la mirada fija en el suelo, debatiéndose entre seguir soportando las sucias embestidas de desconocidos que no han usado una ducha en días, o saltar y terminar con todo destrozando el cuerpo que tanto odiaba contra los azulejos rojos del patio interior de mi edificio. Los dos sabíamos que si lo hacía, a nadie le importaría; ni siquiera a mí hasta hace unas horas me importaba lo más mínimo. Sabía que era puta, así me lo aseguró varias veces el vecino de enfrente cuando me mudé, pero con que no trajera a sus clientes al edificio para mí era como si no existiera.
En un primer momento creí que no se había percatado de mi presencia e intenté retirarme a tiempo antes de verme obligado a ver en primera fila el momento del salto, pero en cuanto inicié el proceso de huida su mirada se clavó como un puñal en la mía. Tenía unos ojos enormes y a simple vista fui capaz de distinguir su intenso color marrón miel iluminado por la escasa luz que llegaba filtrada de nuestras cocinas; sin embargo, era una mirada vacía, como la de aquellas muñecas de porcelana que coleccionaba mi abuela y que tanto miedo me daban de pequeño. Mi vecina podría haber tenido los ojos de cristal y transmitir más de lo que transmitían en ese momento sus verdaderos ojos.
A lo largo de mi vida he visto cientos de películas en las que auténticos héroes evitaban con inspiradores discursos que otros saltasen al vacío y acabaran aplastando sus cabezas contra el frio suelo, pero yo fui incapaz de decir nada. A pesar de que siempre supe que no tenía madera de héroe, no creía que fuera un cobarde. Pero lo soy, y de los peores, y suplicando con la mirada que no saltara mientras yo estuviera allí, cerré lentamente la ventana y apagué la luz esperando, agazapado detrás de la nevera, la llegada del sonido de su cuerpo al chocar violentamente contra el suelo de azulejos.
Los segundos parecían minutos y los minutos horas que amenazaban con convertirse en días mientras yo rezaba a mil dioses, temblando, esperando el impacto con mis ojos de cobarde cerrados, escondido en mi ratonera, suplicando en susurros que no saltara, buscando en mi interior las palabras idóneas que evitaran el desgraciado final que se avecinaba y la valentía para pronunciarlas; sin embargo, no supe encontrar en mi corazón nada que no me hiciera quedar como un completo hipócrita. Nunca me había preocupado por mi vecina ¿Por qué iba a hacerlo ahora?¿Para limpiar mi conciencia y poder seguir con mi falsa imagen de buena persona? No, yo no era una buena persona, ahora lo sabía, y cualquier cosa que hiciera por aparentarlo me haría sentir aún peor de lo que ya me sentía. Incluso en ese momento en el que ella estaba a punto de saltar, solo pensaba en mi propia conciencia. Así de miserable soy.
El clac de su ventana al cerrarse y el amplio suspiro de alivio que salió de mi interior al ver como apagaba la luz, fueron los únicos sonidos que se escucharon esta noche en el patio. Cuando todo se quedó en calma, levanté mi cuerpo agarrotado por la postura y la tensión a la que lo había sometido y me dirigí al dormitorio con la estéril intención de dormir las apenas tres horas que me quedaban antes de que sonara el despertador.
En ningún momento, desde que vi a mi vecina a un salto de acabar con su vida, he dejado de pensar en ella y en qué podría hacer yo para que, la próxima vez que se encontrase al borde del abismo, no saltase de nuevo; y, tras varias miles de vueltas en la cama, he decido ser valiente y ofrecer mi ayuda en una nota de papel que he deslizado por debajo de su puerta. A partir de ahora voy a ser una buena persona de verdad, alguien que ayuda a sus vecinos y amigos e intenta hacer de su sociedad un lugar mejor. Voy a cambiar la vida de mi vecina y lo voy a hacer desde hoy.
Mientras bajo las escaleras, todas esas palabras resuenan en mi mente, abriendo las ventanas de mi conciencia y librándola de ese olor a cobarde que desprendía esta noche; y en ello estaba cuando al abrir la puerta del portal, me di de bruces con una ambulancia que aparcó enfrente a toda prisa. Yo me quedé paralizado, viendo como salían corriendo los sanitarios del vehículo, pensando que, aunque mi vecina quizá estuviera muerta, lo que en realidad me preocupaba era que la nota que acababa de dejar me señalaba como culpable de un delito de omisión del deber de socorro.
Supongo que, en el fondo, nadie se convierte en una buena persona en apenas tres horas.
Relato escrito por:  https://diariodelhombretopo.wordpress.com

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