Incendio en un centro comercial de moscu.


INCENDIO EN UN CENTRO COMERCIAL DE MOSCÚ

Nunca me he enamorado, de eso estoy seguro; pero, si alguna vez he sentido algo parecido a esa pasión desbordante de la que hablan las novelas, que nubla los sentidos y te inunda el corazón de una felicidad inmensa imposible de ignorar, es ahora, mientras conduzco mi nuevo deportivo rojo camino de un destino que aún no he decidido. Ni siquiera he pensado qué haré para ganarme la vida; solo piso el acelerador hasta el fondo, alejándome todo lo posible, y cuanto antes, de los gritos de las sirenas que corren en manada hacia la enorme columna de humo negro que se hace cada vez más grande a mi espalda.
Mi nombre es Sasha Ivanov y antes de cambiar mi vida lanzando una cerilla, trabajaba como vendedor para una marca de pinturas en un centro comercial de Moscú; era un trabajo que no me convencía en exceso pero que acepté de manera temporal. Mi querido tío Volodia, que era como un padre para mí, siempre decía que cada persona había nacido para ocupar un lugar en el mundo y que el destino le guiaría hacia ese sitio como si fuera una bola de pinball.
−Da igual el tiempo que lo retrases, al final la bola acabará en su agujero −señalaba con su voz teñida de vodka mientras agitaba en el aire sus enormes dedos de minero.
En cuanto pisé aquel recinto de pladur y llené mis pulmones con el olor dulzón de las pinturas plásticas, supe que el viejo Volodia tenía razón; el destino me había llevado al lugar que me correspondía.
Se me daba tan bien aquel trabajo y destacaba tanto entre mis compañeros que era solo cuestión de tiempo que mi talento se viera recompensado con un ascenso. Tan seguro estaba de ello que ayer mismo, en cuanto me enteré de que el puesto de encargado iba a quedar vacante, me compré el deportivo con el que irremediablemente conquistaría a mi vecina Olga. Nada más verme aparecer por el barrio con aquella montura roja rebosando clase, caería rendida a mis brazos y no volvería a rechazarme; nos casaríamos, tendríamos hijos rubios, hermosos y rosados, y seríamos felices. Y todo gracias a mi enorme talento como vendedor; aunque, al final parece que no todo está saliendo como tenía planeado.
Esta tarde llegué demasiado pronto al trabajo; acostumbrado a ir en autobús, el trayecto en coche resultó ser más rápido de lo que pensaba. Era evidente que tardaría menos en coche pero no lo calculé, cegado como estaba por la emoción de estrenar deportivo. Entré en la tienda aún sin clientes y decidí emplear el tiempo que tenía en preparar unos botes de decapante que habían encargado el día anterior. Pasé al almacén donde los guardábamos y me encontré al jefe hablando por teléfono y contando a quien quiera que estuviera al otro lado de la línea que ni loco le daría el puesto de encargado a su mejor vendedor para que dejara de ganar rublos para él. Aquel miserable quería ordeñarme como a una vaca de Krasnodar. Sin reflexionar demasiado en cómo enfrentarme a ese cambio de expectativas de futuro, pero con el sigilo de un espía de la KGB, derramé los botes de decapante por la estantería, prendí fuego a aquel líquido viscoso que goteaba entre las baldas y salí de allí a toda prisa después de bloquear la puerta con una brocha universal de punta plana. Convertí aquel almacén en una incineradora personalizada para la sanguijuela de mi jefe.
Mi querido tío también decía que cuando a un hombre le arrebatan su futuro lo único que le queda en su corazón es la venganza; pero ahora, mientras intento escapar de una casi segura condena en Siberia, empiezo a pensar que quizá mi padre no debió dejarme pasar tanto tiempo con el borracho de mi querido tío Volodia.


Relato escrito por: Diario del hombre topo
diariodelhombretopo.wordpress.com

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