Extrañas visitas inesperadas.



La noche se le echó encima cuando aún le quedaban un par de hectáreas por cosechar. En otros tiempos más arcaicos habría parado en cuanto se hubiera puesto el sol, pero las cosechadoras de hoy en día no necesitan mucha luz para poder funcionar; es suficiente con programar el GPS del navegador y sincronizarlo con la aplicación móvil del fabricante. Podría haber cosechado todas sus tierras desde el sofá de casa si hubiera querido, pero Marcos disfrutaba del campo como antes lo había disfrutado su padre y mucho antes su abuelo. Aun así, en aquel momento en que se desencadenó todo, apenas prestaba atención a lo que tenía enfrente y se dedicaba a enviar mensajes a su mujer, informándola de que pasaría toda la noche trabajando; al mismo tiempo que charlaba con su amante, con la que realmente tenía intención de pasar aquellas horas.
            Se encontraba en un momento especialmente picante de la conversación cuando, a medio camino de una carcajada, pudo ver iluminada por los focos del vehículo, la figura de un hombre de espaldas, a escasos diez metros de distancia en medio de su trayectoria. Frenó como pudo aquella mastodóntica masa de metal, la dejó encendida con el programa de trabajo en pausa y bajó, dispuesto a pedir alguna explicación al demente que le había hecho detener en seco su trabajo.
            −¿Qué haces ahí en medio, payaso? −gritó Marcos elevando la voz por encima del ensordecedor ruido del motor, mientras caminaba a trompicones por el terreno irregular en dirección al extraño.
            La figura continuó inerte, mirando hacia atrás, haciendo como si no hubiera escuchado nada. Aquella actitud aumentó el cabreo de Marcos, que volvió a gritar aún más alto, al tiempo que una rata asustada se escondía sigilosamente en la cabina de la cosechadora
            −¿Es que estás sordo, pedazo de imbécil? Apártate y no me hagas perder más el tiempo si no quieres que te pase por encima.
            −Deberías ser tú el que se aparte −advirtió el desconocido que se interponía en la trayectoria de la cosechadora.
            En otras circunstancias, Marcos se habría abalanzado, dispuesto a darle un puñetazo a aquel bromista sin gracia; sin embargo, había algo en esa voz que le paralizó. Algo que neutralizó su violento impulso. Era como si se hubiera escuchado a sí mismo grabado en una cinta. Como si fuera su propia voz la que hubiera pronunciado aquella advertencia.
            Cogió una piedra del suelo como único arma disponible y se acercó con sigilo al desconocido hasta situarse frente a él. Aquel tipo vestía como un mendigo, con la ropa hecha girones; pero, lo que antes le había parecido una camisa roja, a la luz de los focos resultó ser una camisa blanca, como la de Marcos pero empapada en sangre. Clavó la mirada en la nuca del extraño y se rebeló ante sus ojos la terrible realidad de su estampa; no era su nuca, sino su rostro, desfigurado y ensangrentado, lo que había estado mirando todo este tiempo.
            El grito de horror que salió de lo más profundo del estómago de Marcos rasgó su garganta y retumbó por las paredes del valle hasta llegar al pueblo, despertando los ladridos de los perros que dormitaban en los patios de las casas. Aquel torrente de desesperación le empujó a correr como alma que lleva el diablo en dirección a la cosechadora, pero no había completado ni dos metros de escapada cuando tropezó, con la maraña de trigo seco listo para ser cosechado, golpeándose la cabeza con la piedra que portaba en la mano. Aturdido por el fuerte impacto, intentó en vano mantener la consciencia mientras la siniestra advertencia de la extraña figura resonaba de nuevo en sus oídos atravesando la espesa niebla que comenzaba a envolver sus aturdidos sentidos.
            −Te dije que te apartases, pero nunca se nos dio bien cumplir órdenes…
            Cuando las voces se apagaron y solo se escuchaba el monótono zumbido del motor de la cosechadora, la rata que permanecía agazapada en la cabina esperando a que todo se calmara, corrió aterrorizada hacia el exterior accionando en su desastrosa huida el sensible botón de inicio del programa de cosecha. Un fuerte ruido de engranaje hizo temblar la inmensa figura de metal verde y marcó el comienzo de un mortal camino en el que arrasaría con todo aquel signo de vida que encontró a su paso la noche de verano en la que el último grito de Marcos resonó para siempre entre las oscuras paredes del valle.
                             
                                                 FIN

Relato escrito por: diario del hombre topo      https://diariodelhombretopo.wordpress.com

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